Comentario
El sucesor de Montuhotep II, Montuhotep III, accede al trono en edad avanzada. Continúa la labor constructiva de su padre y reabre las canteras del Wadi Hammamat, la ruta que une el Nilo -hacia la altura de Coptos- con el Mar Rojo y que permite acceder al Punt. También atendió a la frontera del Sinaí, cuyas minas continuaron siendo intensamente explotadas. Poco más sabríamos del reinado del tercero de los Montuhotep si no fuera porque se han conservado unos papiros, la correspondencia de un tal Hekanakht a su hijo, en la que le da instrucciones para la administración del dominio que regentaba, una parte en propiedad y otra en alquiler, sumamente ilustrativas sobre aspectos económicos y jurídicos; pero una referencia rápida nos hace saber que al sur de Tebas el hambre de nuevo obliga a comer carne humana. Ignoramos si esta noticia corresponde a un hecho aislado o se trata de una situación generalizada y, en el segundo caso, qué relación pudiera tener con el problema sucesorio que aparece inmediatamente.
En efecto, a la muerte de Montuhotep III, hacia 1970, las fuentes documentales no indican claramente la sucesión. En opinión de muchos investigadores Montuhotep IV sería un usurpador, como se demostraría por la insólita composición de su nombre de Horus a partir de un teónimo de Ra: Nebtauiré (Re es el Señor de las Dos Tierras), que remite a planteamientos ideológicos del Reino Antiguo y cuyo significado no nos es posible alcanzar. A pesar de su corto reinado sabemos que durante el segundo año envía a su visir, Amenemhat, al frente de una expedición por el Wadi Hammamat. Las inscripciones dejadas por el propio Amenemhat con relatos de los prodigios sucedidos durante la campaña son la principal fuente de información sobre la misma. En 1963 el visir se hacía con el poder en circunstancias que nos son desconocidas, probablemente envueltas en una guerra civil, y que han dado lugar a todo tipo de conjeturas. Se ponía así fin a la undécima dinastía egipcia.
Amenemhat es el fundador de la XII dinastía, la mas relevante desde el punto de vista histórico del Reino Medio. El nuevo monarca no parece proceder del entorno real, a pesar de los empeños de algunos investigadores, si atendemos al contenido de la "Profecía de Neferty", un texto justificatorio del advenimiento de la nueva dinastía, en el que queda claro el origen no cortesano: "el hijo de un hombre se hará un nombre para toda la eternidad". Su padre fue un sacerdote llamado Sesostris y su madre una mujer procedente de Elefantina. Para demostrar su deseo de conexión simbólica entre los dos reinos, a su origen meridional opone su pirámide en Lisht, a unos cincuenta kilómetros al sur de Menfis, y muy cerca de su templo funerario funda con carácter programático una nueva capital, Ithtaui. Pero el espacio del Egipto Medio también tiene su vinculación integradora, pues el nombre del monarca significa "Amón está a la cabeza". A partir de ahí no puede resultar extraña la actividad de edificación desarrollada en Karnak y que continuará de forma ininterrumpida a lo largo de toda la historia faraónica. Por otra parte, su nombre de coronación (El que apacigua a Re) parece reflejar los temores que su conducta puede acarrear, de manera que su intencionalidad será el sincretismo de Amón y Re. Las construcciones afectan también a muchos otros dioses del Alto Valle. Pero la preocupación mayor de Amenemhat fue la restauración del poder central; la nueva capital no fue más que uno de los instrumentos para la administración del estado. La carencia de funcionariado seguramente hizo recurrir a sistemas de propaganda para el reclutamiento de escribas, uno de cuyos efectos sería "La sátira de los oficios", en la que se hace un elogio de esta profesión. Mantuvo los privilegios de los nomarcas que habían favorecido su ascenso y les confirió en general notable autonomía, que se veía únicamente limitada por el canon tributario regulado en función de la crecida anual del río y por el restablecimiento de las circunscripciones militares. Con ello restaura las arcas del estado, otorgando una importancia extraordinaria a la tesorería real y facilita la composición del ejército como fundamento de su propio poder. Al mismo tiempo, él se convertía en árbitro de los litigios que se suscitaban como consecuencia de las demarcaciones territoriales y las divisorias de aguas.
En el vigésimo año de su reinado asocia como corregente al príncipe heredero, su hijo Sesostris I. La eficacia de este procedimiento para conjurar cualquier peligro en la sucesión justificó su práctica a lo largo de la XII dinastía y será posteriormente imitado. Pero en el caso de Amenemhat concurre otro factor importante. El monarca ya no tiene la posibilidad por su avanzada edad de superar las pruebas del festival renovador del sed, ni la capacidad de dirigir personalmente los ejércitos. Un general con demasiada fuerza ante un monarca débil sería un peligro constante, por ello la solución de la corregencia parece la más adecuada. Diez anos duró ésta, en la que se alcanzó militarmente la segunda catarata para controlar, seguramente, la ruta del oro; el Sinaí también fue aparentemente objeto de atención militar, mientras que Biblos y el Egeo mantienen relaciones comerciales con Egipto. Cuando el propio Sesostris combatía en 1942 contra los libios le llegó la noticia del asesinato del monarca, según nos hace saber el "Cuento de Sinuhé". Sesostris voló como el halcón y no dio tiempo a que la conjura cuajara.
Sesostris I tendrá un largo y pacífico reinado de cuarenta y cinco anos. Un texto conocido como "Las Instrucciones de Amenemhat I", análogas a las de Merikaré, constituye un conjunto de enseñanzas basadas fundamentalmente en la desconfianza, que supuestamente el difunto padre pretende transmitir, probablemente desde la obra vida, a su hijo Sesostris.
Los frentes de la política exterior egipcia durante este reinado corren suertes diferentes. El "Cuento de Sinuhé" transmite una imagen sustancialmente pacífica de las relaciones con el corredor siriopalestino, pues el protagonista se ve obligado a permanecer, desarraigado por la melancolía, veinte años en Asia. Los restos arqueológicos, con abundante presencia de objetos suntuarios egipcios en los principales yacimientos palestinos, parecen corroborar esas idílicas relaciones entre la corte faraónica y las aristocracias locales, que se extienden hasta Ugarit. Da la impresión de que todos los esfuerzos militares se habían concentrado en la frontera meridional. Culmina la conquista de la Baja Nubia en el año 18 de su reinado, lo que le permite poner bajo su control el reino de Kush (cuya capital probablemente es la ciudad de Kerma), que le da acceso a la riqueza aurífera de la zona y a los productos del Africa central, por donde se extienden las relaciones de intercambio del reino de Kush. Por el este mantiene abiertas las canteras del Wadi Hammamat y, al oeste, el dominio de los oasis del desierto libio es la clave para asegurar unas relaciones pacificas con las poblaciones nómadas.
El estado de equilibrio logrado por Sesostris I va a ser disfrutado por sus sucesores, Amenemhat II, corregente durante los dos últimos años de su padre y faraón durante unos treinta más, y Sesostris II, que gobernará Egipto durante quince años aproximadamente. Comienza así la época de esplendor del Reino, que en ocasiones se denomina Imperio por analogía con el periodo de las dinastías XVIII y XIX, y que culmina durante el reinado de Sesostris III. En realidad, la presencia egipcia en el exterior -excluido quizá el caso nubio- no es de carácter imperialista. Y ello a pesar de que cada vez es más frecuente el hallazgo de materiales egipcios en el Egeo y en los palacios próximo-orientales y viceversa, según el procedimiento de relaciones de reciprocidad al que ya se ha aludido. Por otra parte, estos monarcas emprenden obras de envergadura en El Fayum para la canalización y drenaje, cuyas consecuencias, quizá, fueran el desplazamiento de la necrópolis real de Dahshur a Il-Lahún. Allí se erigió una ciudad artificial, Kahún, destinada entre otras funciones a dar alojamiento a la masa de trabajadores que habían de participar en las construcciones reales, una suerte de precedente de Deir el-Medina.
La política general del reino se modifica drásticamente con el ascenso de Sesostris III. Sus reformas administrativas son tan espectaculares como su expansionismo militar. Conocemos al menos cuatro campañas contra Nubia. El establecimiento de fortalezas de gran impacto, como Mirgissa y Buhen, pone de manifiesto la voluntad de ocupación militar para garantizar el tráfico comercial con el reino de Kush. Ya Sesostris I había fundado una guarnición en Buhen, pero los resultados no habían sido satisfactorios. El nuevo monarca sistematiza esta forma de control territorial en Nubia. Por otra parte, el propio faraón dirige sus ejércitos en una campaña asiática que le permite tomar, seguramente, la localidad palestina de Siquem, aunque en los textos de execración -exvotos con el nombre del enemigo que se desea aniquilar- aparecen también mencionadas las ciudades de Biblos, Jerusalén y Ascalón. A pesar de esta actividad bélica, sin embargo, en conjunto el reinado resulta tranquilo en política exterior.
En el interior se va consolidando la reforma administrativa emprendida por Amenemhat I, aunque Sesostris la modifica y acelera, según puede colegirse, desde el punto de vista arqueológico, por el aparente abandono de las necrópolis de los nobles, entre las que cabria destacar el-Bersha, Meir y la hermosísima de Beni Hasán, que alcanza bajo la XII dinastía su plenitud. Frente al respeto mantenido por todos los faraones precedentes hacia los nomarcas, que habían contribuido a la restauración tebana, Sesostris III elimina el cargo de gobernador provincial y lo sustituye por tres circunscripciones (Norte, Sur y Elefantina-Baja Nubia) dependientes directamente del visir; cada circunscripción está dirigida por un funcionario, que se encuentra al frente de las instituciones y de la burocracia local. No tenemos información sobre la actitud de las aristocracias locales ante la medida, que sólo se justifica por el deseo de restablecimiento de una monarquía absoluta para la que se daba la coyuntura económica y política favorable y cuyo amparo ideológico jamás había sido abandonado en el pensamiento de los grupos dominantes. Es posible que la eliminación de los nomos fuera afrontada tras conseguir la cohesión de todo el ejército en torno a su persona, habiendo dejado inermes a los nomarcas. Al mismo tiempo, las nuevas necesidades administrativas potencian la presencia de funcionarios que se convierten en un nuevo elemento de consumo, perceptible arqueológicamente, por ejemplo, en las estelas y estatuillas votivas del templo de Osiris en Abidos. Sin embargo, la expansión del funcionariado debe interpretarse como ampliación del grupo oligárquico y no como aparición de una clase media, ajena a la realidad de las relaciones sociales en Egipto.
A su muerte en 1844, Sesostris III es enterrado en Dahshur y le sucede con normalidad el corregente, su hijo Amenemhat III, que tendrá un largo y apacible reinado de cuarenta y cinco años, en los que parece que se intensifica la extracción de bienes del subsuelo del Sinaí y del Wadi Hammamat. La riqueza así obtenido le permite afrontar una amplia política de construcciones y no sólo de templos, pues destaca sobre todo el acondicionamiento para el cultivo de la depresión de El Fayum. Sin duda, de todos sus edificios el más famoso fue su templo funerario, mencionado por el geógrafo griego Estrabón como el laberinto, en Hawara. Allí mismo erigió una pirámide y otra en la vieja necrópolis de Dahshur. Con Amenemhat III el absolutismo estatal llega a su punto culminante. Su sucesor, Amenemhat IV, no hace más que proseguir la política marcada por su padre durante los diez años que dura su reinado. Su muerte, sin descendencia, abre el camino del trono a la reina Neferusobek (Sobekneferuré), cuyo breve reinado quizá fuera interrumpido violentamente, pues la última representante de la XII dinastía no llega a ocupar su pirámide.